No se si Emiliano se parece en algo a Hugh Hefner, pero les aseguro que es el dueño de la Mansión Playboy de las Home Computers. Su cuenta de Instagram @retrogamesba (aqui el link) es un desafío para quienes apostamos por la envidia «sana» 🙄🤗

No hace falta hablar de él, porque lo que le interesa es difundir ese pasado maravilloso de las viejas máquinas, como a nosotros, pero sí le pedimos que nos escriba algo para que podamos saber cómo fue su vínculo con las home computers y cómo llegó a esa cuenta alucinante que es una vidriera al pasado perfecto.
O se mató escribiendo o como buen curioso ya grande, se gastó los tokens de IA para que le facilite el trabajo 😉🙌 Me parece que se puso las pilas porque no se guardó nada!
Te recomendamos leerla porque es una síntesis de experiencia que representa al 80 o 90% de los usuarios de las home computers 👍
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Mi pasión por las computadoras comenzó cuando tenía 10 años, en una época en la que la tecnología empezaba a abrirse camino en los hogares. Mis padres me regalaron una ColecoVision, una consola que, en aquel entonces, era lo último en entretenimiento. Recuerdo con cariño cómo, en esos días, los juegos eran muy caros y no nos quedaba otra opcion que alquilarlos. Era una aventura en sí misma elegir un nuevo juego y disfrutarlo en la pantalla de nuestro televisor.
Unos años después, nos mudamos a Bahía Blanca y, a los 13 años, recibí un regalo que marcaría el inicio de una relación mucho más profunda con la tecnología: una CZ Spectrum 48K de fabricación nacional. Cambié la ColecoVision por un joystick Kempston y una impresionante cantidad de juegos piratas, alrededor de 100, que me hicieron sentir como el pibe más afortunado del mundo.
Uno de los recuerdos más felices de mi juventud fue cuando finalmente logré juntar suficiente dinero para comprar un datasette para mi Spectrum. Hasta entonces, había estado usando un radio grabador para cargar los juegos, con el cual la mitad de las veces no funcionaban correctamente. Pero cuando adquirí el datasette, todos los juegos comenzaron a cargar a la perfección, lo que hizo que cada momento frente a la computadora fuera mágico.
A los 14 años, vendí la CZ Spectrum y me compré una Commodore 64. La primera vez que la encendí, no podía creer lo que veía y escuchaba; la calidad de los gráficos y el sonido eran simplemente impresionantes. Un año después, logré hacerme con una disketera 1541, y eso fue otro gran paso, ya que los juegos cargaban en cuestión de segundos.
Cuando nos mudamos a Buenos Aires en 1991, tomé la decisión de vender mi querida Commodore 64, junto con la disketera y mi colección de discos, para poder comprar una Amiga 500. Esta máquina era una verdadera maravilla para su época. Con el tiempo, le agregué una disketera externa y, mas adelante, un disco rígido y una ampliación de memoria a 1 MB. Recuerdo la emoción que sentí al conectarme a los BBS con un módem Calcomm 1440, explorando un mundo digital que estaba a años luz de lo que había conocido hasta entonces.
Hacia 1992-1993, logré hacerme con una Amiga 1200 con placa aceleradora. Era un sueño hecho realidad, aunque sabía que la era de la Amiga estaba llegando a su fin. Dos años más tarde, vendí la Amiga 1200 y me pasé al mundo de las PC con un Pentium 1, que también me brindó muchos momentos felices, especialmente jugando al Counter-Strike y al Duke Nukem, que mostraban gráficos de una velocidad inimaginable para la época.
Aquellos años fueron, sin duda, los más felices de mi vida. La evolución de las computadoras hogareñas fue algo que viví en primera persona. También pasé incontables horas en los fichines, disfrutando de los clásicos arcade en Sacoa. Por eso, cuando apareció el MAME para PC, fue una verdadera locura: tener a mi disposición todos esos juegos arcade que había amado en mi infancia era algo increíble.
Con el paso de los años, me di cuenta de que mi adolescencia había girado en torno a esas computadoras hogareñas. Ir a las casas de computación a comprar juegos piratas, intercambiar discos de 5 y 1/4 con mis amigos, y organizar torneos con mis amigos de Match Day en la CZ Spectrum, Emlyn Hughes en la C64, y Sensible Soccer en la Amiga, fueron experiencias que definieron esa etapa de mi vida, mucho antes de que aparecieran juegos como PES o FIFA en las consolas modernas.
Fue mucho después, a los 35 años, cuando me encontré con una caja con fotos de aquellos días gloriosos, que me invadió una profunda nostalgia. Me metí en MercadoLibre por curiosidad, y para mi sorpresa, encontré a la venta muchas de las computadoras que habían sido tan importantes para mí en mi juventud. Sin pensarlo dos veces, compré una Commodore 64 con disketera y una CZ Spectrum, idénticas a las que había tenido.
Cuando volví a tener en mis manos la CZ Spectrum, la Commodore 64, la Amiga 500 y la Amiga 1200, fue como regresar a esos días felices de mi adolescencia. Esa nostalgia me llevó a investigar más, a buscar equipos retro en oferta, y pronto mis amigos comenzaron a regalarme las máquinas que habían guardado durante años en sus placares.
Un día, logré conectar dos o tres de esos equipos a monitores y televisores de los 90, y subí algunas fotos a Instagram, justo unos meses antes de la pandemia. Para mi sorpresa, las fotos comenzaron a recibir bastantes likes… ¡100, 200, 400! Fue increíble, y desde entonces, no he parado.
El gran problema con este hobby es el espacio. Actualmente, tengo cuatro computadoras, seis consolas y un arcade conectados y listos para usar en cualquier momento. Sin embargo, debo tener alrededor de 30 computadoras más que, por razones de espacio, no puedo mantener conectadas todas al mismo tiempo.
Y aunque hoy el espacio sea un desafío, cada uno de estos equipos retro no es solo una máquina, sino una cápsula del tiempo. Son recuerdos tangibles de una era dorada, donde cada pixel y cada bit traían consigo una promesa de innovación y asombro. Y así, rodeado de estas reliquias tecnológicas, a veces cierro los ojos y dejo que el suave zumbido de los discos y el familiar crujido de los teclados me transporten de vuelta a esos días, donde la magia no estaba en lo que veía en la pantalla, sino en lo que sentía en el corazón. Porque al final del día, coleccionar equipos retro no es solo un hobby, es mi manera de mantener viva la memoria de aquellos años felices que, aunque se fueron, nunca dejarán de resonar en mi vida.